Es una situación más de la vida, en realidad de la vida de algunos, pero a la larga de vida de todos. Nada te hace pensar que será tan doloroso. Se presenta como un momento amigable cálido, hasta especial, pero no deja de ser un momento de vida.
El primer tirón duele como mucho. Hace dudar, hace transpirar. Es tan insoportable la sorpresa que se intenta hacer suavemente extendiendo el proceso a unos diez minutos. Pero no hay caso, eso no quita el dolor sólo lo prolonga. Y se repite varias veces.
Luego se busca coordinar el tirón con algo, un grito, la respiración, una idea, hasta un salto sería posible. Y se va pasando más rápido pero no por ello sin dolor.
Hasta que después de varios intentos de diez minutos, de varias pruebas de desatención o concentración se anula el dolor. Se anula el dolor.
Y el proceso se realiza automáticamente sin sentir más nada, sin frenar el impulso, solo se ejecuta.
Es como sucede con los trapecistas, se apuntan a la actividad por la maravilla de estar suspendidos en el aire, pero deberán pasar por las ampollas y lastimaduras hasta llegar al callo que les permitirá brillar en la altura.
Y es así, cuando se pasa un tiempo intentándolo se anula el dolor y se consigue la paz. Pero en la vida esos tiempos, esos diez minutos pueden ser horas, días, meses o años. Cada decisión nos implica una renuncia y cada renuncia nos provoca un dolor, hasta que nos acotumbramos. Y sólo cón seguridad y constancia lo logramos. Decimos adios para tomar otros caminos. Hacemos el callo por nuestro bien. Anulamos el dolor por un fin.
Pasa en la vida, pasa en la depilación
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